–Se ha hecho tarde, sabéis lo qué significa –dijo Clyde en tono conciliador.
–Cuéntanos otra historia, papá –rogó la niña con los ojos llenos de esperanza.
–Si os portáis bien, mañana os contaré otra.
A regañadientes, los niños se fueron a su habitación seguidos de cerca por Clyde. Se sentó entre las dos camas, esperando a que estuvieran bajo el calor de las gruesas mantas. Una vez tapados hasta la barbilla, Clyde les dio un beso en la frente a cada uno. Ellos sonrieron y se acomodaron en sus lechos. Clyde se levantó, se detuvo en el umbral de la puerta y se volvió hacia ellos.
Lo de Stephen King es para quitarse el sombrero. No hay año en que no publique una novela o dos. Larga o corta. Buena o no tan buena. Esta, en concreto se publicó el pasado 30 de octubre del 2018. Una novela corta –144 páginas–, que leí hace un par de días y que saben a poco. Me duró una tarde y la sensación que se me quedó fue la de que había leído un relato largo. Y a pesar de dejarlo todo atado y bien atado, te deja con ganas de más.
Es una historia triste, la verdad, pero que merece ser contada. Al fin y al cabo, es una historia sobre el amor imperecedero de una madre, y de lo que estamos dispuestos a sacrificar por un hijo. Aunque sea una vida.